Matrimonios

Un solo corazón, una sola alma y una sola carne

Ser un solo corazón, una sola alma y una sola carne dentro del matrimonio va más allá de su significado. Corazón, donde alberga el sentimiento, como los deseos, el cariño o la gratitud. Alma, psique, donde se ubican los procesos mentales, además de la voluntad, la memoria y el entendimiento. Y carne, entrega total y exclusiva en la intimidad. Es decir, tener la capacidad de experimentar plenamente los sentimientos, pensamientos y corporeidad racionalmente en el matrimonio.

Cuando las escrituras narran como en la Iglesia primitiva vivían en un solo corazón y en una sola alma (Hch. 4,32- 37) dan a entender el significado amplio del amor en comunidad que se expresaban, compartían, comían, oraban, trabajaban y sostenían sus necesidades de manera fraterna. En el caso de los esposos, expresaban el abrazo esponsal por medio de la entrega absoluta y exclusiva de sus cuerpos. En otras palabras, vivían un estilo de vida a manera de las tres personas de la Santísima Trinidad.

Actualmente, la palabra unidad en la pareja asusta porque se piensa que el amor se otorga solo cuando es correspondido. A los hijos los dividen en dos cuando se da un divorcio. Asimismo, existe el miedo de dar a conocer los ingresos, ocultando gastos o bien optando por la separación de bienes. En la sociedad sucede lo mismo, ricos-pobres, izquierda-derecha, católicos-protestantes, machismo- feminismo, etc. dejando de lado la unidad, sostenida por la razón que es alumbrada por la verdad como lo anuncia Pablo ¿Acaso Cristo está dividido? (Cor.1,12-13).

El reto en la sociedad es promover una fraternidad más humana, dónde se otorgue un amor desinteresado, libre de egoísmo, que se conmuevan ante la miseria y el dolor, que se transfigure el rostro de la barbarie por uno sensible, donde se active el mecanismo de defensa ante la sangre derramada por los no nacidos, protegiendo al que vive la injusticia, la delincuencia y la perversidad.

Esa unidad, en principio se llama hombre y mujer, iluminados por el amor y la gracia que habita desde el día de su esponsaliedad. Ellos, los dos, están llamados a ser custodios y defensores del consorcio del matrimonio, a rescatar a sus hijos y a elevarlos en alta dignidad por medio del proyecto llamado “familia”, uniendo sus expectativas esponsales en un solo corazón, una sola alma y una sola carne.

Ser uno en los esposos no significa vivir pegados o inclinarse en un individualismo egoísta carente de entrega mutua, más bien, alude a ser ícono de la Trinidad, donde cada una de las divinas personas asumen su papel sin dejar de fundirse en su proyecto de amor por la humanidad. Los dos están llamados a proveerse mutuamente, a participar en la redención de sí mismos, de sus hijos y de los desafíos que les presenta la sociedad. Imitando el modelo de la Iglesia primitiva que compartían vida, cumplían con sus responsabilidades propias de una familia para después salir a anunciarlo a la sociedad, así lo propone el Papa Francisco:

El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios en efecto es comunión: las tres personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. (Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 2016, n° 121).

Ser uno significa, además, ser una sola carne, por medio de la intimidad de los esposos donde mediante la entrega de sus cuerpos reafirman los votos expresados de amor y fidelidad el día de su compromiso, alimentados por la gracia de su sacramento y del amor mutuo. Con la conciencia de que por medio de esta particularidad de su ser femenino y masculino es posible darse el milagro de la vida. La vida sería un fracaso, nadie podría existir si no fuera posible su participación diferenciada y cocreadora.

Ser uno en voluntad significa asumir la responsabilidad de ser compañeros de vida en los momentos de felicidad y adversidad, convirtiéndose en médicos que curen las heridas del pecado con el bálsamo de la misericordia. Para que el que se ha alejado del hogar, vuelva a la pequeña iglesia doméstica donde se encuentra el cónyuge dispuesto a perdonar, con la esperanza en recobrar la dignidad en el matrimonio como lo hizo el hijo pródigo reconociendo su falta, pidiendo perdón y direccionando su vida. (Lc. 3, 15).

Ser uno en compromiso significa volver a recuperar el rol de padres que se ha abandonado, dejando a sus hijos en manos extrañas de personas, instituciones y redes sociales donde se da una pobre orientación sobre sí mismos, formando en ellos un carácter enclenque. Ser uno es ayudar a educar, formar, instruir y acompañar a seres para Dios y para el mundo que el Creador les ha otorgado como don y no como derecho.

Autor
Belia Jiménez Garduño
Andrés Ramírez Garduño

Coordinadores Nacionales de Matrimonios 
Movimiento Católico Nacional Cristo Rey DDFC